EL CHEERLEADER: PASIÓN Y TRIUNFOS
Por Fabián Lagla
En Latacunga, hace 11 años se
abrió las puertas al cheerleader. En su trayectoria ha conseguido grandes
triunfos para el deporte en la ciudad. La falta de visión por parte de las
autoridades encargadas no es exclusiva de aquí, ya que a nivel mundial este
deporte no es considerado como olímpico.
Alrededor de 200 personas practican
esta disciplina mixta. La integración de niños, jóvenes y personas adultas,
permite que “todo un equipo luche porque sea reconocido como deporte local,
nacional e internacional”, manifiesta Héctor Paredes, instructor. Sin embargo,
aún existe la falta de interés y de información por parte de los ciudadanos, y
esto implica definirlo como un “hobbie”.
El monitor de la categoría
infantil, Ing. Francisco Chuqui, en relación a las autoridades dice que “no
prestan el apoyo necesario, puesto que la ven solamente como un espacio de recreación”.
Esta visión negativa no beneficia al entrenamiento, que se lo realiza para
competencias nacionales e internacionales. Las próximas serán en Guayaquil
(octubre) y Tailandia (noviembre). Debido a la falta de inversión, los mismos
deportistas realizan eventos para financiarse los viajes.
Para calificarlo como
olímpico se están realizando las diferentes gestiones sobre las habilidades y
destrezas que encierra un deporte. Thai Cevallos, cheerleader, argumenta: “es
completo, y se lo puede convertir en un campo vocacional”.
Una tarde de entrenamiento.
El escenario empezó a tomar
vida deportiva con la llegada de quienes aman este deporte. Primero se dio la
presencia de dos entrenadores. Poco a poco arribaron los alumnos de diferentes
colegios: Vicente León, Victoria Vásconez Cuvi, Hermano Miguel, entre otros.
Pero quién llegó antes que todos fue Dayanna, estudiante del Primero de Abril.
Natural de Loja. Cuando se inició, hace un año, pensaba que era por
entrenamiento. Ahora “este deporte lo adoro”, asegura con gran una sonrisa. Y
lo define como “pasión, lucha, esfuerzo y compañerismo”.
La idea superficial de
integrarse solamente las mujeres bonitas y no practicar los hombres ha quedado
atrás. Aunque algunos chicos entren por una niña que les gusta y con recelo, de una u otra forma llegan a
demostrar sacrificio y espíritu para conseguir un triunfo colectivo. Andriu,
joven de no más de 16 años, en el mes que lleva dentro del grupo ha
identificado su pasión por ser cheerleader. Él prefiere lastimarse si es
necesario para conseguir un logro, y regala entusiasta una parada de manos que
dura varios segundos.
Con la hora que exige la
preparación pasaron a la pista azul para el inicio del estiramiento, con una
rutina de ejercicios. En ese lapso de calentamiento fue notorio comprender a la
disciplina como un principio único y básico, que proyecta además valores y
emociones de perseverancia. A esta razón se debe que el instructor Francisco
exigió a una joven botar el chicle y, de igual forma a los estudiantes
atrasados, una querencia de ejercicios extras: sentadillas, abdominales, etc.
Vendrían después los
aeróbicos, guiados con el ritmo clásico de una música bailable. Los movimientos
de brazos y piernas construían un contraste estético con el fondo del contexto,
que era una vitrina en la pared. Donde los trofeos que albergaba, daban la
reflexión instantánea sobre el ímpetu, el corazón y la vida que da un equipo
para alcanzar la cima soñada.
En una mesa se posaba un
trofeo grande, que acunaba una victoria especial. Lo consiguieron en el 2002.
Se aventuraron a una competencia en Guayaquil. A pesar de tener una mínima
experiencia es claro que dejarían una imagen de voluntad y entrega por el deporte
que aman, así como la firmeza de volver a esta tierra con un premio. Héctor
Paredes recuerda la llamada de un amigo: “ustedes ganaron”.
Lo último que se apreció: las
bases y elevaciones. Ellos conocen el misterio de girar en el aire y ascender a
lo alto.
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