UNA VIDA SIN OBSTÁCULOS
Por: Marina Martínez
Muchos conocerán
casos particulares y excepcionales como éste, el de Juan Sebastián Altamirano
Pacheco, un chico de 26 años de edad, muy alegre, siempre sonriente, es
estudiante de Comunicación Social en la Universidad Técnica de Cotopaxi, tiene
una discapacidad intelectual del 40%, según los estudios realizados por el Consejo
Nacional de Discapacidades (CONADIS).
Sus padres son Jaime
Altamirano y María Pacheco, quienes cuidan y ven por él. Según su relato, la
vida de Juan se resume de la siguiente manera:
Cuando Juan nació en
el hospital del Seguro Social, de la ciudad de Latacunga, todo fue
aparentemente normal, sus padres trabajaban en un colegio de la ciudad, por
esta razón su hermano, Jaime Patricio, y sus hermanas: María José y Catalina
Elizabeth, debían quedarse en casa al cuidado de empleadas domésticas durante
todo el día, al igual que el pequeño Juan.
A los tres meses de
edad, su madre lo llevó a la ciudad de Quito a realizarle un chequeo de sus
caderas. El médico que lo atendió la alarmó mucho diciéndole que el niño tenía
luxación en las caderas y que debían operarlo de urgencia. Ante esta situación,
desesperados sus padres recurrieron a varios especialistas, quienes para
comprobar el diagnóstico le realizaron varias radiografías, sus piernas fueron
entonces expuestas a los rayos X.
A los seis meses de
edad sedaron a Juan por primera vez, para realizarle la operación de su ingle
derecha, razón por la que Juan no pudo caminar pronto. Como todo niño normal,
Juan empezó a balbucear sus primeras palabras a los 7 u 8 meses de edad, al año
ya sabía decir papá, mamá, ñaña, etc. Razón por la cual no había motivos para preocuparse
por el desarrollo del niño.
En su hogar todo era
normal, había tranquilidad sobre juan, tanto por su apariencia física como intelectual.
Era un pequeño muy inquieto, nunca estaba en un solo lugar, era “hiperactivo”,
por lo que fue necesario buscar especialistas para que lo tranquilizaran.
Al año y medio de su
vida, en vez de progresar en su lenguaje lo fue perdiendo, hasta dejar de
pronunciar las palabras, por esta razón llevaron a Juan al INFA, donde un neurólogo
ordenó que le hicieran una tomografía, y mediante ésta se determinó que tenía
una fisura leve en el lado izquierdo de su cerebro y que eso impedía que se
desarrollara en su lenguaje.
Hay ocasiones en que
los médicos también se equivocan, y esa vez sucedió así. El neurólogo le recetó
un medicamento muy fuerte para su cerebro; él quería que Juan se mantuviera
tranquilo y para calmarlo debía tomarse un cuarto de la pastilla TEGRETOL, que es
un medicamento usado para personas que sufren de convulsiones, pero Juan nunca
las tuvo. La reacción de este medicamento hizo que empezará a tener movimientos extraños en su
cuerpo, especialmente en sus manos. No podía controlar el nerviosismo de sus
deditos, pues los movía en forma anormal.
Su padre, al ver esta
reacción en el cuerpo de su hijo, le prohibió a su madre que le siga dando esa
medicina, pero “a veces uno cree que todo lo que le dicen los médicos es verdad
y hay que seguir al pie de la letra lo que disponen”. Su madre siguió dándole
la medicina a escondidas; la señora María dice que en total le habrá dado tres
pastillas más, partiendo en cuatro partes cada una, por el poder que tenían. Jaime
considera que eso afectó gravemente el cerebro de su hijo. Desde aquellos años
la vida de Juan cambió completamente, fueron constantes las visitas a varios
centros médicos, a centros de ayuda en diferentes ciudades del país, a las que
concurrían para que ayuden a Juan en sus terapias.
Al conocer la fisura
de su cerebro y al revisar el historial de su nacimiento, según el cual él era
un niño normal, sus padres llegan a la conclusión de que fue en algún momento
de la vida de Juan, cuando se quedaba al
cuidado de las empleadas, cuando sufrió una fuerte caída y tal vez por temor no
avisaron a sus padres. Pero esto es una hipótesis, pues habiendo estado
desarrollándose normalmente, en un momento dado empezó a perder sus facultades,
especialmente en el lenguaje.
Muchas cosas hicieron
sus padres para que él pudiera hablar. Lo llevaron a muchos centros de atención
especializada y personalizada. Estuvo en escuelas especializadas, en donde
había profesionales para todo tipo de terapias, de lenguaje, de motricidad. Juan
viajaba a una escuelas especial en la ciudad de Ambato, a los 4 años de edad,
todos los días acompañado siempre por la empleada doméstica. En esta escuela
especial un amigo de su papá llegó a ser su maestro. Él le enseñó varias cosas
útiles para su desarrollo: le enseñó a controlar los esfínteres, algo
importante en el desarrollo de Juan. También paso por una escuela para niños
especiales de la ciudad, pero aquí lamentablemente faltan muchas cosas para
atender a personas con discapacidad.
Su padre siempre se
ha preocupado por su hijo, lo puso en el jardín de infantes regular. Juan tenía
5 o 6 años cuando lo recibieron el jardín Gen Peagett, en donde por la
concurrencia de niños normales y que hablaban bien Juan empezó nuevamente a
balbucear las palabras. Esta decisión de su padre fue un éxito, desde allí él
concurrió a las escuelas regulares, una de ellas fue la Jorge Icaza, en donde
su maestra, la Sra. Cecilia, le ayudó a adaptarse y le enseñó nuevamente
palabras para que empiece nuevamente a hablar. Posteriormente fue promovido a
primer grado en la misma escuela, de allí pasó a segundo grado, y entonces le
tocó sufrir la negatividad de un profesor, dado que él no quería saber nada del
problema de Juan. Él pasaba abandonado y sin sentido en la escuela. Su hermana
mayor, Katy, lo ayudó mucho en ese lapso, ella lo acompañaba todos los días a
su aula de clases y tomaba nota de sus deberes para posteriormente realizarlos
en casa. Al ver esta situación, su padre buscó otra institución: ingresó en la
escuela Club Rotario, allí encontró buenas y buenos maestros, ellos lo hicieron
sentirse como uno más de los alumnos, había chicos sordomudos, ciegos y chicos
como Juan. Él se sentía bien, pues los trataban con cariño, amor y sobre todo
paciencia.
Luego de terminar la
primaria, su padre por recomendación de una doctora propietaria de una
escuelita de apoyo, que funcionaba en Pujilí, a donde él asistía todas las
tardes para reforzar las tareas que mandaban en clases, lo llevaron a la ciudad
de Quito, a una fundación, y conversando con la directora le recomendaron un
centro de enseñanza en Conocoto, en donde se atendía a personas con capacidades
especiales severas. Allí pasó cuatro meses, le enseñaron muchas cosas, una de
ellas: a bañarse solo, a dormir en su cama solo, a vestirse y hacer algunas
cosas más que el realizaba en compañía de sus padres. Su familia se hallaba en
la ciudad de Latacunga, eso era muy triste para Juan, no tenían costumbre de
estar separados, peor aún distantes. En esa fundación le enseñaron cosas prácticas
para la vida, allí Juan se dedicaba a empacar velas, y eso era una labor que no
le gustaba mucho.
Luego de cuatro meses
que estuvo en la fundación, su padre lo puso en el colegio Hermano Miguel, en
Latacunga. El padre Remo Segalla, rector del colegio en ese entonces, lo
recibió encantado en primer curso. En este colegio encontró nuevamente a su
amiga Paola Villarroel, ella lo quería mucho y lo ayudaba en todo, el colegio
tenía a una psicóloga, ella reforzaba los estudios de Juan, pero
lamentablemente por el gran tamaño de este prestigioso colegio, era difícil que
le dediquen a Juan todo el tiempo que él requería por su lento aprendizaje.
Terminó el ciclo
básico pero se notaba que no tenía los conocimientos necesarios para avanzar al
mismo ritmo en el ciclo diversificado, ya que los maestros no tenían el tiempo,
capacidad ni paciencia suficiente para instruirle. Su padre buscó otro
establecimiento educativo: entró entonces al colegio CEIS&E, allí se
hallaban compañeros de la escuela Club Rotario y al igual que él eran jóvenes
especiales; es en este colegio donde Juan terminó sus estudios.
Así pues, Juan
Sebastián Altamirano Pacheco decidió terminar sus estudios superiores;
actualmente está en el Tercer Ciclo de Comunicación Social, en la Universidad
Técnica de Cotopaxi. Él escogió la carrera porque dice que espera algún día
convertirse en un gran fotógrafo, es por ello que siempre lleva consigo una
cámara fotográfica. Entre las cosas que más le gustan de la universidad está la
maqueta que se exhibe en el Holl, entre sus materias favoritas está la Informática.
Dice que le gusta mucho el ambiente que tiene la Universidad y especialmente el
aula de clases, donde comparte con sus compañeros. También relata que pese a no
ser como sus compañeros, él se siente feliz y desea acabar sus estudios y
llegar a ser un buen profesional.
Casos especiales como
éste existen muchos, y lo importante ante esto es brindar apoyo y amistad a
estos jóvenes especiales que Dios puso para quererlos más.
;( un ejemplo de lucha, para todos.
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