UN ASILO, DONDE LA VIDA DE MUCHOS TERMINA
POR EVELYN CAISA
Unas
calles solitarias, las pocas personas que por ahí caminan pasan apresuradas. Es
un lugar tan lúgubre, que el único sonido que se escucha es el producido por el
frio viento que golpea las hojas de los árboles; ahí, el sufrimiento y la
soledad apenas dejan escuchar la suave melodía de las aves.
Triste,
sola y pensativa se encuentra Carmen Chicaiza, quien sentada en una vereda del
asilo observa la puerta con gran interés y esperanza, pues espera con ansia que
alguien venga a visitarla. Luego de una larga hora de espera, mira con dolor y
decepción cómo se cierra la puerta, y piensa que ha pasado un día más y nadie
vino a visitarla.
La vida
de Carmen fue muy atormentada y triste desde su juventud, creció en un ambiente
donde los golpes y el sufrimiento eran el pan de cada día, cansada de tanto
maltrato y sufrimiento buscó refugio en un hombre, que le pintó un hermoso
paisaje, donde no existía el dolor. Llena de deseo por escapar del sufrimiento decidió
escapar con él, pero el dolor creció al darse cuenta que aquel mundo prometido jamás llegaría.
No pasó
mucho tiempo para que su tortura se hiciera más fuerte, con solo 27 años de
edad ya tenía diez hijos, del hombre que
tanto amor le prometió y que, al ver la difícil situación económica que
enfrentaban, no titubeo en abandonarla.
¿Cómo
una madre pudo cuidar de diez hijos, y diez hijos no pueden cuidar de una
madre? Sus ojos empiezan a enrojecerse y lentamente caen de ellos lágrimas de
dolor, al solo recordar todo lo que tuvo que afrontar para sacar adelante a sus
diez pequeños. Por más que lo piensa no entiende qué hizo mal, en qué falló, para
que sus hijos la hayan abandonado y hasta se hayan olvidado que existe.
Carmen
tiene 69 años, dos de los cuales ha permanecido encerrada en el asilo de
ancianos. Aún recuerda aquel domingo en el que sus hijos le propusieron dejarla
allí; al verse acorralada y sin opciones tuvo que aceptar. Las promesas de que
nada cambiaría se las llevó el viento. Recuerda las siete ocasiones en que la
visitaron, ya nada es igual, no concibe la idea de que su vida esté terminado
así.
Ahora,
su única distracción es mirar a las pocas personas que pasan cerca del asilo. Todas
las mañanas, muy temprano, le espera su vereda, que la ha acompañado durante
los últimos años, ahí espera con sufrimiento y aún con esperanza de que alguno de
sus hijos recuerde que tiene una madre, que pese a todo el sufrimiento causado
jamás les guardará rencor y siempre rezará por el bienestar de cada uno de ellos,
pues el dolor jamás será más grande que el amor que ella siente.
Me encanto esta cronica me trnasmitio una especie de remordimiento y un sentimiento por la señora , muy bien echa felicitaciones a la verdadera creadora de la misma,
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