DETRÁS DE CADA ROSTRO SIEMPRE EXISTE UNA TRISTEZA
Por: Paola Jácome
El pensar en el
amor como algo pasajero encierra a las personas en un mundo sin una completa
felicidad.
En el barrio Isinche
Grande, perteneciente al cantón Pujilí, existe un lugar acogedor. Aquí se
detuvo el tiempo, es el “Hogar de vida”, un sitio que alberga a personas de la
tercera edad. Es grato, de entrada, encontrarse
con el suave viento que roza los árboles y plantas del lugar, donde se puede notar la nostalgia y cierta tristeza
que reflejan los rostros de quienes habitan ahí.
Sola y pensativa
encontramos a Lorenza Lozada, quien descansa mientras observa televisión, espera a alguien con
quien compartir sus experiencias de vida. Allí también se encuentran sus compañeros,
algunos sentados en sus sillas de ruedas y sin poder escuchar nada y con un
rostro un tanto melancólico, pues el paso de los años ya les extendió factura. Pese
a este panorama, Lorenza manifiesta sentirse alegre y conforme por los buenos
tratos que recibe en este hogar. Ella recuerda su vida llena de felicidad y
alegría. En su juventud, le gustaba salir a la calle, como todos los jóvenes. Creció
en el
campo, en Cachi alto, en un
ambiente muy fresco y natural, donde la contaminación era invisible. Lorenza se
casó muy “guambrita”, a los 14 años. Pese a su corta edad amó mucho al “hombre
de su vida”, Manuel María Coro. Desde muy niña trabajó en la hacienda de Isinche,
y para llegar a tener sus propios animales para su sustento, tuvo que trabajar
mucho y muy duro. Para ella era mucho sufrimiento; es por ello que se casó, para
así librarse del sufrimiento y poder dedicar mayor tiempo a su matrimonio, pese
a que no tuvo ningún hijo.
Lorenza recuerda
haber sido muy feliz con su esposo Manuel, con quien compartió una vida muy
alegre, y fue justamente una enfermedad la que les arrebató toda la dicha y la
que provocó la muerte de su amado. Lorenza, muy triste y desconsolada por este
lamentable hecho, pasaba los días sola en su vacío hogar. Su familia siempre
vivió lejos de ella, pero fue una sobrina quien le habló y optó por llevarla al
Hogar de vida, además que Lorenza ya no podía trabajar y se sentía muy sola.
Lorenza tiene 94
años de edad y desde hace cinco años descansa en este asilo. Aún recuerda su juventud
y momentos felices que vivió junto a su esposo. Ahora su única familia son sus
compañeros del hogar, donde Lorenza realiza muchas actividades manuales y
disfruta elaborando muñecas, patitos de
papel, delantales y alfabetos de tela. Con sus manos puede hacer muchas cosas y,
pese a que es muy hábil, el tiempo no pasa en vano y el cansancio se hace
notar, pero para ella es una alegría realizar esta tarea, y mucho más sabiendo
que estas manualidades serán entregadas en las escuelas cercanas.
El tiempo pasa,
pero para quienes viven en este hogar, de alguna manera se detuvo y, llenos de
paciencia y esperanza, esperan el paso a una vida mejor, para poder llevar e
inmortalizar sus más profundos recuerdos en la eternidad.
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