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Jugando a los "quiques"

 POR: LESLY CORREA 


¡Se veía tanta nostalgia en su mirada! mientras contaba sus historias con voz quebrantada, historias que  asegura de que no volverán. Se trata de Gonzalo Andrade, de 65 años, es un hombre carpintero de vocación y comerciante de profesión. Gonzalo dedicó la mayor parte de su vida a continuar con el legado que le dejó su padre, el oficio de carpintero, que aprendió a la fuerza como manifiesta y tuvo que ponerlo en práctica desde sus cortos 13 años, por causa de la pobreza en la que vivían. No le quedó otro camino que abandonar sus estudios y comenzar a trabajar junto a su padre.

Gonzalo recuerda que en su niñez era muy común encontrar a niños por las calles jugando con sus trompos desgastados, alrededor de un círculo, apostando "quiques" (golpes) para el que cayera primero. Gonzalo comenta que era habitual ver a su padre elaborar con mucha paciencia dichos juguetes, que en ese entonces estaban de moda y todos los niños querían tener uno.

Actualmente existe un notorio desinterés de  los niños hacia los juegos  tradicionales como el trómpo o las canicas, pues nos encontramos inmersos en una era tecnológica, en la que es mucho más fácil y cómodo sentarse frente a un computador o frente a un celular, que salir a buscar emociones y aventuras como en los tiempos antaños.

Afortunadamente todavía existen comunidades y pueblos en los que las niñas y los niños no han sido tocados por la modernidad y disfrutan su niñez ¡Como en los buenos tiempos!
Cristian Chasiquisa, un niño de 9 años, cuenta que en la escuela a la que asiste todavía muchos los niños prefieren jugar con trompos, reunidos en el patio de su escuela, ubicada a las afueras de Latacunga. Él considera al trompo un juguete muy divertido, aunque no todos los niños piensen lo mismo.

Ernesto Correa, de 55 años, narra que de niño se realizaban concursos en su escuela, que consistían en hacer piruetas en movimiento con sus trompos. “¡Todos eran expertos! al contrario de estos tiempos, donde los niños solo presumen sus celulares nuevos, que mientras más costosos sean, mejor”. Ernesto mira silenciosamente que es inevitable que esto suceda.

Es triste ver cómo se va destruyendo la etapa más hermosa de la vida de una persona, su infancia. Vemos cómo se va perdiendo la esencia y la sonrisa de los niños y que la tecnología nos va alejando cada vez más de los juegos que nos divertían. Cuando los niños aún eran niños, y cuando no podíamos imaginar que la tecnología desplazaría al trompo.

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