¿Qué
hay detrás de un uniforme?
Por: David Guamán.
Son
las 12h00, una gota de sudor resbala a través de una frente que irradia
cansancio; cuando
cae,
deja ver el reflejo de un sol que quema como el aceite hirviendo, que alguna
vez cayó en la mano de Daniel, un policía de tránsito. Algunos lo llaman Dany,
flaco, mijo, pero hay otros que lo llaman buitre o chapa, él no se disgusta por cómo le digan.
Fue una jornada difícil, más de 16 multas. Entre los policías
tienen un juego: quien da más multas y no recibe insultos se gana un bono por
parte del sindicato, “irónico, cómico y raro”, dice, con una sonrisa en su
rostro, Fausto, compañero de guardia de Daniel.
Tras dirigirse al cuartel en la camioneta, ambos cuentan
experiencias, la felicidad se nota en sus caras cuando relatan que en el Casigana
(montaña ubicada en Ambato) encontraron un auto vacío, pero al percatarse de la
cajuela, vieron a una pareja desnuda; ¡salieron corriendo como gatos cuando se
les echa agua! Llegan al cuartel, entregan sus informes y se despiden.
Al acercarse a su casa, Daniel mira su hogar con mucha
ilusión, en su cuerpo se nota nerviosismo y ansiedad, de seguro por ver a su
esposa, llega a casa y saluda a su perro, toda la ansiedad se desvaneció. Pregunté
por Ana, su esposa, “ella viene en la noche, porque tiene el turno de la tarde
y hace horas extra”, dice. Le pregunto por qué se emociona más por su perro que
por su esposa, y responde, mirando hacia arriba con un suspiro: “sólo repaso
para cuando ella vuelva”, después de eso sus ojos se cristalizan y brillan, su
sonrisa, sus gestos empiezan a ser más notorios; la ansiedad volvió, esta vez
por su esposa.
Al percatarse de la hora (20h00), con buen humor dice:
“ya viene el caos del barrio”. Golpean la puerta, él la abre y aparece
Verónica, su madre, “puntual como siempre mamá ¿y tu amiga?”, exclama Daniel, con
un tono un poco sarcástico. Su madre, al darse cuenta de su tono, le responde: “yo
que te di la vida. ¡Te mantuve, sin vergüenza!… Y me quieres mandar, ¡pobre infeliz!”,
por un momento pensó que era verdad, pero las carcajadas del final interrumpieron
la seriedad.
Daniel mira constantemente el reloj, con una posición
de súplica, “ojala no venga el diablo”. 20h15 golpean la puerta, entra una
señora con una voz chillona que lastima oídos, “Hola veci”, dice Daniel, con un
ceño fruncido, voz amarga y enojada. “Ya se formó el club del chisme”, susurra.
Doña Gloria vive 30 años al lado de la casa de Verónica. Daniel le dice: “¡la
guardiana del meado!” Sus carcajadas no tienen límite, llora de la risa y
cuenta que desde hace 30 años moja borrachos que se orinan en su esquina. Atenta
como un búho, con su vista más precisa que la de un halcón, su oído y su olfato
se han afinado, parece superhéroe; un balde de agua espera bajo una ventana que
apunta hacia la esquina, cada vez que tira el agua su cara se llena de alegría
y satisfacción. “Se hizo justicia”, es una frase que nunca se olvida ¿no es cierto
Daniel? “Así es veci, también le oriné la pared, le escribí mi nombre y pagué
las consecuencias”, mientras se agarra el pecho en señal de orgullo, humor y
honor.
“Yo sí decía que este guambra iba a ser algo en la vida,
no como esos vagos de la esquina de la Veci. Mi hijo tuvo que pasar siete años
de escuela, seis de colegio, cinco de universidad, para no más de que en seis
meses se defina su profesión, ¡Hay este chapa!”, exclama Verónica.
“Adivinen la hora, es hora de que se vayan”, dice
Daniel con un una sonrisa de oreja a oreja, y así fue, su madre y “la Veci” se fueron.
Anita llegó más tarde de lo común, a Daniel parecía que se le detuvo el
corazón, era como un perro que no ha visto por mucho tiempo a su dueño. Están
pensando tener un hijo, pero quieren primero disfrutar de su sueldo. Miro
ambición en sus intenciones, al decir que quieren un negocio rentable, para
vivir tranquilos en su vejez, “cállate, que eso no se piensa, solo piensa que
te amo”, dice Anita.
A pesar de ser policía tiene una vida normal, sus expresiones
y sentimientos son como los de muchos, sus ojos, su mirada expresan cansancio,
su rostro lo confirma, su olor lo delata, “el olor de los dioses”, exclama Daniel,
mientras que Anita le dice: “olor a alcantarilla”, en manera de broma y juego.
Su actitud es como la de una niña con juguete nuevo, se nota la emoción y el
amor al ver y escuchar de nuevo a su esposo. Al despedirse dicen: “mañana será
un nuevo día; nuevo día nuevas experiencias”, lo dicen casi en coro, como si lo
hubieran repasado por mucho tiempo.
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