UN
ALUMNO SIN CATEGORÍA
POR ANTONELLA RAZO
Él,
de entre todos los hombres. Él, nacido en Morona Santiago, cantón Taisha,
comunidad Tuutinentza, un pueblo con petróleo en las venas, orgulloso Shuar.
Él, 24 años cumplidos en una ciudad en la que lleva menos de un año y que aún
no ha conocido. Él, entre todos los hombres. Él, que sueña con números y
política, él, que se marchó tan joven de casa para recorrer con los dedos, con
la mente y todos los sentidos el arte de ser alguien, no algo, no una letra, no
una categoría. Él, UTC.
Está
en el centro del mundo, en frente: un volcán, en alguna parte de Latacunga.
Queda al lado de una carretera principal, pero es invisible para el que no la
busca con el corazón, está en la enorme selva de cemento. Es Luis Awananch,
quien vive en ella, quien la hace su hogar, es Luis Awananch, el Shuar, que
viene a enseñar a propios y extraños que los sueños se hacen realidad, sólo si
nos empeñamos en soñar.
La
Universidad Técnica de Cotopaxi (UTC) es suya, y como es de Luis, es nuestra
también; es del hijo del carpintero, del hijo del campesino, es propiedad de
los miles de jóvenes con padres analfabetos, que una y otra vez repitieron: “tú
debes tener lo que nosotros no tuvimos, tú debes ser lo que no fuimos”, y ellos
no saben de letras, no saben de cuentas, no entienden de categorías. Las manos
que forjaron la Universidad Técnica de Cotopaxi no conciben que existan
barreras, si fueron esas manos las que impidieron que las ventanas se adornen
con barrotes, y las adornaron de ilusiones. La obra destinada a cárcel se hizo
templo, se hizo la Universidad del Pueblo.
“Las
categorías son un impedimento, una máscara” son las palabras de un joven que
dice no considerarse de ninguna categoría, ¿y, es que acaso, no hay que
llamarse simplemente utecinos? Es ésta la Universidad que ha abierto sus
puertas a jóvenes de todos los sitios, de todas las edades, de todas etnias y
culturas ¿hay que atreverse a creer que
existan categorías que dicten lo que se debe ser?
Uno
nunca sabe cuándo se hace la historia, hasta que uno la hace.
La
Universidad no es parte de la historia únicamente de quienes en ella se
instruyen, de quienes en ella imparten cátedras, es esta la UTC que forma parte
de la historia intangible de un pueblo, que por siempre ha buscado salir
adelante, mirar al futuro, velar por los jóvenes; la historia se ha escrito en
piedra y la lucha es el cincel. Es
joven, tiene 21 años, pero es el alma máter de la unión, de las miles de
batallas.
“Yo
veo a mi familia al final de cada semestre, es mucho lo que hay que invertir
para volver a mi casa”. “No estoy aquí por mi bolsillo, es por mi gente”. “Mi
zona necesita una vía que pueda conectar desde la ciudad hasta el cantón
Taisha, son 100 km”. “Voy a regresar, por vocación y académicamente preparado
para ayudar, para mejorar la calidad de vida que mi gente lleva”.
Son
cientos de sueños empacados en una maleta que aguarda seis meses debajo de una
cama para volver a encontrarse con su gente, son miles de personas las que han
depositado la fe en un joven Shuar de 24 años, son 7000 estudiantes que anhelan
que un día dejen de existir las clases, las categorías y los estándares.
¿Quiénes
son ustedes, señores clasificadores, para cortar alas, arrebatar sueños, y
destruir carreteras que deben ser construidas por y para los sueños que han de
venir?
¿Quiénes
son los utecinos, sino los más facultados para amar lo que hacen?
La
UTC es una familia, y las barreras no existen después de haber destruido una
cárcel.
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